Autor: Iñaki García Camino
Doctor en Historia y arqueólogo
Nadie, ni las personas mayores de Markina, Gernika, Bilbao o Muskiz recordaban el paso de tantos peregrinos por sus municipios, ni siquiera habían escuchado de sus ancestros que por esas tierras pasara una vía de peregrinación a Compostela. No es que su memoria se hubiera desvanecido en las brumas del tiempo, sino que ese camino -entendido como una vía regulada y continua, dotada de infraestructuras y servicios, que contribuía a desarrollar económicamente los pueblos y parajes por los que atravesaba- históricamente nunca existió.
En la década de los 80 del siglo XX, se estaba configurando la Unión Europea, como unidad política, social y económica, lo que implicaba la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capital por todos los territorios que la forman. Como todo proyecto en construcción, Europa necesitaba referentes que cohesionaran sus estados, justificaran su unidad y simbolizaran su identidad. Y, cómo no, esos referentes se buscaron en el pasado.
El camino a Compostela, “inventado” por el rey Astur, Alfonso II, hijo de la vascona Munia, difundido por Alfonso III e institucionalizado por el rey de Pamplona Sancho III, fue uno de ellos. En octubre de 1987 el Consejo de Europa declaraba al Camino de Santiago como primer Itinerario Cultural Europeo.
Desde entonces, comunidades locales, regionales y nacionales buscaron documentos históricos del paso de peregrinos por sus territorios, iglesias con advocaciones santiaguistas o camineras, iconografía jacobea y trazos de caminos empedrados o puentes de apariencia antigua que dejaron de ser llamados romanos para ser designados como medievales.
Bizkaia, Gipuzkoa y Álava también participaron en ese movimiento descubridor al objeto de ser incluidos en la tradición jacobea, pese a que el Camino principal a Compostela, el francés, no tocara esos territorios. Y así, por Orden de 15 de junio de 1993 el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco incoó expediente para la identificación y delimitación de la ruta y entorno afectados por el Camino de Santiago en la Comunidad Autónoma Vasca, que posteriormente fue declarado Bien Cultural calificado, con la categoría de Conjunto Monumental, mediante Decreto 14/2000, de 25 de enero.
Entre esos años, siguiendo la senda que en los años cuarenta del pasado siglo abrieron J.M. Lacarra, L. Vázquez de Parga y J. Uría se publicaron varias guías del Camino de Santiago a su paso por Bizkaia redactadas por historiadores como T. Martínez, J. A. Barrio, M. J. Torrecilla, J. Enríquez, J. A. Lecanda o J. L. Orella, con visiones diferentes: desde los que defendían a ultranza la existencia del camino costero, hasta los que la negaban, pasando por aquellos que identificaban no sólo el de la costa, sino varios más.
Los estudios históricos realizados admiten que cuando se descubrió el sepulcro del Apóstol en el siglo IX, las tierras situadas al sur de las montañas del Cantábrico estaban dominadas por los musulmanes por lo que difícilmente podrían atravesarlas los peregrinos que los reyes astures trataron de atraer a los confines occidentales de su reino. Sólo, más tarde, a comienzos del siglo XI, cuando esas tierras quedaron libres de la amenaza musulmana, el rey de Pamplona Sancho III el Mayor estableció el Camino entre Compostela y Europa, fijándolo en el trazado oficial conocido a través de la guía de peregrinos o Liber peregrinationis atribuido al monje cluniacense Aymeric Picaud (hacia 1140). Casi 400 años más tarde, el primer historiador vizcaíno Lópe García de Salazar concretaba que Sancho III de Pamplona “mudó el camino francés que venía por Guipuzcoa e Viscaya e Asturias e Oviedo e lo fiso por Navarra e Logroño e a León por donde agora es”.
Basándose en esta propuesta del historiador banderizo se ha defendido la existencia de un camino de Santiago primigenio que discurría por la costa vasca, salvando no pocos obstáculos del terreno, sorteando ríos y montañas, zonas despobladas y boscosas, villas urbanas y pequeñas aldeas de los municipios vizcaínos de Markina, Bolibar, Guerrikaitz, Ajangiz, Gernika, Muxika, Gerekiz, Morga, Larrabetzu, Lezama, Zamudio y Bilbao, desde donde partirían dos ramales: uno hacía Barakaldo, Portugalete y Muskiz y otra hacia Güeñes, Zalla y Balmaseda. Sin embargo, no disponemos de pruebas objetivas y científicas que permitan corroborar la existencia de ese camino.
Es cierto que existen algunos datos documentales aislados que hablan del paso de algunos peregrinos por el territorio, como el obispo de Arzendjan (Armenia) quien hacía 1494 realizó el viaje por Bilbao, Santander, San Vicente de la Barquera y Oviedo, pasando una noche en Portugalete. Pero como ya señalaron los primeros investigadores, esto no es suficiente para determinar la existencia de una ruta de peregrinación, puesto que el recorrido puede estar motivado por razones muy variadas y el itinerario no tiene por qué realizarse necesariamente por los caminos establecidos.
Las ordenanzas municipales de la ciudad de Orduña prohibían pedir limosna en el casco urbano “salvo para fraires o romeros” y entrada la Edad Moderna, cuando la edad de oro de las peregrinaciones ya había pasado, se eximía a los peregrinos de pagar peaje por traspasar la Peña. Precisamente, este dato, uno de los más sólidos de la existencia de una ruta vizcaína, se encuentra al margen del trazado costero.
También se han querido ver signos de la ruta costera en las iglesias dedicadas a Santiago o con iconografía jacobea (veneras o tallas del apóstol) y restos prerrománicos o románicos. Y en realidad, si situamos todas ellas en un mapa, no marcan un solo trazado, sino que salpican todo el territorio, ya que no se crearon para animar o potenciar ninguna ruta de peregrinación, sino para estructurar y dar asistencia a la población en el ámbito local, como han demostrado las excavaciones de la catedral de Santiago en Bilbao o de las iglesias rurales con restos prerrománicos (Momotio, Gerrikaitz, Iturreta…).
Especial mención merece la colegiata de Zenarruza, hito fundamental en la ruta costera, por aunar diversos elementos que aisladamente y sin crítica, pasarían por santiaguistas:
A Zenarruza se accede por una calzada empedrada considerada medieval. El primer asentamiento hunde sus raíces en el siglo IX, época de la que se conserva una necrópolis rural similar a otras del entorno del monte Oiz. Conserva los cimientos de una iglesia románica, reconstruida en el siglo XII. Fue hospedería desde 1386. Presenta un sepulcro con la imagen del abad Irusta orando a punto de ser coronado con la mitra por un peregrino (quizás por el propio Santiago). Y dispone de conchas de peregrinos inscritas en medallones decorativos situados en las enjutas del claustro renacentista.
Sin embargo, Zenarruza fue la cabeza de un señorío eclesiástico cuyos ingresos procedían de la explotación de la tierra, de una amplia cabaña ganadera y de los recursos del bosque. Ni la iglesia, ni la hospedería se construyeron para acoger a los peregrinos de Santiago. Tampoco la calzada, ni por la tipología de su capa de rodadura ni por su trazado, debe adscribirse al Medievo. Y la iconografía fue promovida por el abad Irusta para conmemorar la autorización que el Papa le concedió para recaudar limosna que le ayudara a sufragar los gastos de reconstrucción de la hospedería incendiada. Y esto sucedió en el siglo XVI, cuando el tiempo de las grandes peregrinaciones jacobeas había pasado y el viejo camino de Santiago (el francés) había perdido protagonismo ante el surgimiento de nuevas rutas económicas y nuevas formas de espiritualidad.
En fin, no dudamos de que algunos pocos peregrinos pasaran por Bizkaia para llegar a Compostela, pero cuando lo hicieron no siguieron el camino costero que transitan hoy en día miles de personas, sino otros. Primero los viejos caminos romanos: la ruta de cabotaje -la Via maris– y, sin duda alguna, la Iter XXIV, que fue la vía de comunicación que desde Burdeos llegaba a Astorga atravesando Euskal Herria por Behenafarroa, la cuenca de Pamplona, la Sakana y la Llanada alavesa durante el primer milenio de nuestra era, hasta que en el siglo XI Sancho III la desplazó hacia al sur, fijando el camino jacobeo que se ha mantenido hasta la actualidad. Y, a partir del siglo XIII, los nuevos caminos que se fueron conformando al compás del desarrollo económico para conectar los centros productores de lana de Castilla con las ciudades del norte de Europa a través de los puertos del Cantábrico.