Autor: Iñaki García Camino | Doctor en Historia, arqueólogo y ex director del Arkeologia Museoa de Bilbao.
Antes de los caseríos, que irrumpieron en los paisajes vascos a fines de la Edad Media, fueron las caserías, cuya existencia conocíamos por los textos escritos, pero cuya materialidad se resistía a manifestarse dado que hasta hace no muchos años no se habían detectado evidencias de estas construcciones.
Sabíamos que los caseríos desde finales del siglo XV, o quizás algunos años antes según algunos estudios dendrocronológicos, cobijaban bajo un mismo techo todas las dependencias e instalaciones, y no sólo residenciales, necesarias para la subsistencia de una familia; y también sabíamos que antes hubo otras construcciones que en la documentación escrita se denominaban caserías, de las que desconocíamos casi todo: cómo eran, cómo organizaban su espacio, quiénes y cómo las construyeron, qué materiales utilizaron, etc.
Sin embargo, hoy en día gracias a la arqueología conocemos un poco más de aquellas desparecidas construcciones campesinas de hace 1000 años, invisibles a nuestros ojos. Y es que en las excavaciones realizadas en el entorno de algunos cementerios datados entre los siglos VIII y XII (como el de Gorliz o el de Argiñeta en Elorrio) o bajo nuestros más antiguos caseríos (de los que el de Landetxo en Mungia o el de Besoitaormatxea en Berriz son buen ejemplo) se han descubierto agujeros de postes, hoyos recubiertos de tierra oscura, zanjas, rozas abiertas en el terreno, así como alineaciones de losas, muretes, zócalos de piedra o acumulación de carbones, difíciles de reconocer, leer e interpretar incluso para los propios grupos de investigación arqueológica.
No obstante, debido a los estudios científicos realizados, en los que cada vez con más frecuencia se recurre a distintas técnicas de análisis (estratigráficas, topográficas, tipológicas, químicas…), sabemos que ese complejo entramado de huellas dejadas en la tierra a modo de rompecabezas es lo que queda de las antiguas caserías altomedievales.
A diferencia de los caseríos, estas estaban formadas por varias construcciones de madera, semiexcavadas en la tierra, a ras de suelo o sobre zócalos de piedra, cubiertas de brezo u otros arbustos, de dimensiones y formas variables dependiendo de su uso como corral, taller, lagar, cuadra o vivienda y que se organizaban en torno a un espacio abierto con pequeños huertos, eras o silos, según los casos, dada la heterogeneidad y variabilidad tanto tipológica como estructural de estas unidades domésticas.

Quizás, las evidencias localizadas en Argiñeta (Elorrio) puedan ser consideradas un referente significativo, al menos porque las excavaciones, impulsadas por el Bizkaiko Arkeologia Museoa hace algo más de 10 años, permitieron estudiar una zona muy amplia (más de 1500 metros cuadros) que superaba a las que hasta entonces se habían estudiado, restringidas a menos de 100 metros cuadrados circunscritos al interior de algunos caseríos, que sólo posibilitaron detectar una única construcción difícil de explicar por su carácter aislado.
En Argiñeta se localizaron siete construcciones
En el extremo noroccidental del área estudiada, en posición ligeramente elevada sobre los demás y encajado en el terreno se construyó un edificio de planta rectangular sobre un zócalo de piedra, rodeado de una zanja de saneamiento o drenaje que evitaba la entrada de humedades, dado que estaba contraterreno. En su interior se recuperaron bastantes fragmentos de ollas de cocina, algún cuchillo de hierro y restos de fauna o desechos de comida, lo que hace pensar que se correspondía con una vivienda.
Al sureste de ésta se identificaron seis cabañas y cobertizos con armaduras de postes embutidos directamente en el terreno. Estos recintos, de 15 a 20 metros cuadrados de superficie, estaban separados apenas unos metros entre sí y no siempre cerrados por todos sus lados.
Lo estaban los del sector oeste, definidos por pies derechos de madera enlazados con un entramado de ramas recubiertas con arcilla, de lo que son testimonios las pellas de barro detectadas en los niveles de abandono de la casería, datados a finales del siglo X o comienzos del XI.


Estructura de combustión encontrada en uno de los cobertizos de la casería estudiada en Argiñeta
Otro recinto, solo tuvo cierre en el lado este, quedando los otros abiertos, lo que parece lógico, ya que en su interior se localizó una estructura de combustión, la cubeta de un horno que probablemente corresponda a una fragua doméstica. Parecida fisonomía debió tener otro cobertizo que cobijaba un silo excavado en la roca para almacenar grano, en cuyo interior se halló una hoz de hierro.
Para levantar las armaduras de postes y revestir las cubiertas no se utilizaron clavos, ni tampoco tejas o losas, según se deduce del escaso material de este tipo recuperado en las excavaciones.
Como se ha señalado, cada uno de los recintos debió de ser utilizado para un uso definido y distinto: vivienda, corral, almacén, fragua doméstica o taller textil, a juzgar por un punzón de hueso y un gancho de hierro para tejer encontrados en uno de ellos.
La mayor parte de estos recintos se organizaban en torno a una especie de patio en el que se abrieron un par de pozos cuadrangulares excavados en la roca, cuyo significado se nos escapa, pese a que planteemos la posibilidad de su uso para ablandar el lino con el que fabricar tejidos.

Además, se registró una larga alineación de postes que no definía construcciones, pero que parecía separar dos ambientes diferenciados: a un lado quedaban cinco cobertizos y cabañas, así como la vivienda con zócalo de piedra, y al otro, una sola cabaña. Esa alineación se interpretó como el linde entre dos caserías atribuidas a distintas familias, de las que una se excavó casi en su totalidad y la otra parcialmente, por lo que se conoce sólo una de las cabañas que formaban parte de esa unidad doméstica y de producción.
Estos modestos edificios se fueron renovando periódicamente por ciclos generacionales dado que estaban levantados con materiales efímeros, como maderas y barro; en ocasiones se mantuvieron en el mismo emplazamiento y en otras se desplazaron ligeramente, lo que explica la variedad y cantidad de agujeros de poste detectados. Incluso la vivienda, pese a estar construida sobre piedra, sufrió importantes transformaciones tras un fuerte incendio acometido en el siglo X, lo que obligó a rehacer sus muros varias décadas antes de su abandono.
La sencillez de las técnicas constructivas empleadas parece indicar que las distintas construcciones fueron obra de las propias familias campesinas sin la intervención de personal especializado y sin signos aparentes de potentes estructuras de dominio señorial que guiaran los trabajos de construcción, al menos hace 1000 años.

Y es que estas caserías, aunque en ocasiones estuvieran aisladas y no tan próximas como las dos descritas en Argiñeta, formaron parte de una arquitectura socioeconómica más compleja que se extendía más allá de la vivienda, más allá de las construcciones anexas e incluso más allá de los lindes físicamente definidos por empalizadas.
Se extendía a terrazas de cultivo cercanas donde cultivar trigo común, cebada, mijo o panizo; a bosques explotados comunitariamente para utilizar la leña y la madera que proporcionaban o para abrir claros donde pastaban los ganados; a los cementerios donde descansaban los antepasados, y a las iglesias que, junto a los anteriores, servían de cohesión a todas las caserías que reconocían formar parte de una misma aldea.
Y es que la posesión de una casería debió otorgar a la familia beneficiaria el derecho de vecindad, la posibilidad de participar en el aprovechamiento de los bienes de la aldea y la obligación de satisfacer gravámenes de naturaleza pública, eclesiástica o señorial.
Pese a la hipótesis esbozada sobre estas construcciones anteriores a los caseríos, seguimos sabiendo poco. Hay preguntas a la espera de respuestas: ¿cómo nacieron?, ¿cómo subsistieron a los poderes señoriales que se impusieron a partir del siglo XI?, ¿cómo se transformaron en caseríos?, ¿cómo en ocasiones han podido atravesar el tiempo, perpetuándose casi un milenio en el mismo emplazamiento?, ¿cómo al tratar de entender el paisaje y el urbanismo actual topamos con estas construcciones olvidadas y desconocidas?

Caserío de Landetxo (Mungia). Comienzos del siglo XVI. Véase la diferencia entre las caserías de la alta edad media y los caseríos más antiguos de Bizkaia.
En el recurso a la arqueología, que no a la excavación o exhumación de sus evidencias materiales, encontraremos algunas respuestas. Porque también este patrimonio desconocido e invisible, oculto bajo tierra, es finito y por ello tendremos que ser prudentes, dejar áreas de reserva para que futuras generaciones puedan estudiarlo y disfrutarlo y estar alertas para impedir que la amenaza de las políticas liberales de nuestro siglo acabe con él sin haberlo, siquiera, conocido.
Nota: La fotografía de la portada es el zócalo de piedra de la vivienda de una de las unidades domésticas o caserías de Argiñeta que sufrió un incendio en el siglo X, lo que obligó a su reconstrucción.