Nuevos usos para el patrimonio: La Encartada Fabrika-Museoa

Autora: María José Torrecilla Gorbea. Técnico-conservador en La Encartada Fabrika-Museoa. Autora del proyecto “Fábrica del siglo XIX – Museo del siglo XXI”

La valoración. ¿Por qué un museo?

Terminada su andadura productiva en 1992, el destino de lo que había sido durante 100 años una fábrica textil, se estaba apenas esbozando y sólo adquiría tintes de realidad en la cabeza de algunas, muy contadas personas. “Transitar de fábrica a museo iba a exigir más de un esfuerzo, y no sólo económico[1]”, como la historia del proyecto ha demostrado.

Para quienes nos fuimos sumando a esa pretensión, una sola visita a fábrica y barrio justificaba de largo su conversión en dotación cultural. La Encartada y su entorno reunía todos y cada uno de los aspectos que hacían deseable su conservación y difusión en formato museístico. Estaba el barrio, con su pequeña colonia residencial, su capilla-escuela, su casa del director, su salto de agua, sus huertas, y ¡su fantástica e increíble fábrica! Allí, más que en ningún otro lugar, el tiempo se había congelado: el mismo edificio, las mismas máquinas, los mismos productos y procesos de trabajo… ¿Dónde podía uno adentrarse así en el pasado de la temprana industria y disfrutar de una experiencia inmersiva 3D? La Encartada, que hasta ese mismo año había estado en activo, no necesitaba de realidad virtual alguna porque era virtualmente una realidad. Era “un dinosaurio”: un elemento tan completo, singular y fosilizado del pasado reciente de la industria, que constituía por sí mismo un museo.  Un museo accesible hoy día gracias a “un esfuerzo coral[2]. Entre otros agentes, la idea cobró forma gracias al compromiso de personas vinculadas a la función pública, entre las que destacaré tres nombres propios: Begoña Candina Agirregoitia, Teresa Casanovas i Llorens y Aingeru Zabala Uriarte. Con una acertada sensibilidad hacia la importancia y la fragilidad de este legado, asumieron el reto de preservarlo, cuando la idea resultaba quimérica y apenas recibía apoyo o reconocimiento fuera de foros especializados. Si de facto, y dadas sus características, La Encartada era un museo, no cabía otra que empeñarse en llevarlo a término. 

Vista general del barrio El Peñueco, 1991 – Foto S. Yaniz  

La preservación. Un edificio industrial casi fosilizado

Destacamos en esta ocasión el edificio fabril que, por el momento, es el que ha recibido actuaciones directas para servir como dotación cultural estable. El inmueble original (1892) constaba de cuatro grandes crujías de dos alturas y se cerraba transversalmente con una nave de 3 pisos, destinada a alojar servicios como el tintado, la caldera, los secaderos de lana en crudo o la primera turbina. Poco más de diez años después se levantó al costado otra nave lateral de doble crujía (1905-06). No sólo permitía ampliar la gama productiva con el tejido de mantas y paños, sino que desahogaba el espacio para los talleres auxiliares o el escogido y lavado de lana en la planta inferior, y mejoraba la dotación de locales para el secado de productos y el acabado de los mismos en la planta superior. Finalmente, se le añadió un pequeño habitáculo de hormigón en la fachada principal, para alojar una nueva turbina más potente (1910). Fue el único cambio reseñable en una fábrica concebida y resuelta con cánones de sencillez y utilidad, sin concesión al adorno o a cuestiones que no satisficiesen estrictamente funcionalidades.

Como cabe esperar del desarrollo y vida productiva del complejo, sí que hubo algunos cambios en etapas sucesivas. Pero afectaron sobre todo a la evolución de usos en materia interna, y poco o nada a la imagen exterior. La casi total integridad con la que este ejemplar industrial llegó a nuestros días puede leerse con el simple recurso a las fotografías existentes: la fábrica desarrollada en la primera década del siglo XX alcanzó la última sin prácticamente mutilación o variación alguna.

Acabada su vida útil como fábrica (1992) y tutelando su transmisión al Ayuntamiento (1995), pudo conservarse el edificio, que siguió cobijando buena parte del valiosísimo pasivo tecnológico de la empresa. Informalmente alcanzó así la preservación y se evitó el desmantelamiento de La Encartada, mérito que hay que atribuir al Departamento Foral de Cultura de esa etapa.

Fachada trasera – antes (1987 – S. Yaniz) y después (2005 – MJ. Torrecilla)

La reutilización. Transitar de fábrica a museo

Del conjunto levantado por la empresa en el Barrio de El Peñueco, el museo se desarrolla en lo que fue la fábrica, la unidad productiva propiamente dicha. En este elemento, no especialmente singular ni destacable por sus valores artísticos, se centraron los trabajos de rehabilitación y acondicionamiento (1995-2007). Remitimos al lector interesado a lo recogido en otras publicaciones, donde hemos venido analizando cómo, cuándo y por qué se hicieron qué cosas, y qué afecciones han resultado. Todas y cada una de las decisiones que se fueron tomando tienen detrás una casuística, razonamiento crítico y argumentario que no puede sintetizarse en este foro y que apenas vamos a resumir.  

Para dar respuesta a la idea que alumbraron los expertos a fines de los 80, en el curso de los años 90 se actuó, casi de urgencia, en el saneamiento de cubiertas, fachadas y cerramientos. Un nuevo impulso, a partir de 2001, permitió realizar la renovación del entarimado, redes de saneamiento y pluviales, remoción y acabado de suelos, saneamiento de apeos (vigas y jácenas de hierro), o el pintado de paramentos. Llegó el momento de establecer un horizonte de apertura que permitiese dar visibilidad al proyecto. Así, entre 2004 y 2006 se siguió una estrategia de actuación simultánea en tres aspectos: reasignación de espacios y funciones, medidas destinadas al cumplimiento de normativas que regulan los espacios de uso público, y, paralelamente, dando continuidad al programa de conservación y limpieza de la maquinaria.

Así, entre 1991, en que se gestó el primer proyecto (La Nueva Encartada), la protección legal que finalmente alcanzó (declaración de Conjunto Monumental-2002), y la apertura pública como museo (2007), mediaron tres largos lustros, con ritmos y procesos diferentes, trufados de batallas perdidas y ganadas, renuncias y logros.

Nuevo entarimado y rampas accesibles (fotos MJ Torrecilla Gorbea)

Hoy ya nadie discute la acertada decisión de destinar la fábrica a este nuevo uso. Hay detrás un enorme esfuerzo colectivo por desterrar la apariencia de quimera, inutilidad y derroche que se atribuía a la “ocurrencia” de convertir la fábrica en un museo, como mejor soporte del valor que atesoraba la centenaria empresa, sus inmuebles, su tecnología y sus modos de hacer. Y hacerlo preservando su delicada atmósfera y ambiente ochocentista extremo que, aún hoy, hay quien no entiende.

“Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen”

Concepción Arenal Ponte (1820-1893).Periodista, escritora, jurista y activista de los derechos humanos

Habrá que defenderlo con ingenio y compromiso, para no defraudar a quienes consiguieron materializar lo que parecía una descabellada idea.

Una “idea inverosímil” que me explicaban en 1989 Maite Ibáñez Gómez y Marta Zabala Llanos, mostrándome la fábrica y reclutándome para militar en la defensa del patrimonio industrial.    

Antiguo túnel de carga – entrada actual al museo
(Colección La Encartada Fabrika-Museoa)

[1] El texto es extracto de TORRECILLA GORBEA, M.J. (2024) – Transitar de fábrica a museo: reflexiones sobre la rehabilitación de un edificio fabril “sin valores artísticos” (en proceso de revisión pares-ciegos) 

[2] TORRECILLA GORBEA, MJ (2023) – “La Encartada Fabrika-Museoa: 16 Años de singladura”, en III Jornadas del Patrimonio Industrial del Cantábrico (2023), Torrelavega –As. Red de Patrimonio Industrial de Cantabria – Págs. 38-49

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