Bizkaia en el mapa

Autor: Ramón Oleaga Páramo.

El conocimiento del territorio permite el ejercicio del poder. Es una constante histórica que quien ostenta ‘autoridad’ sobre el mismo pretenda su mejor descripción, poniendo de manifiesto, en primer término, su soberanía y, apoyándose en estos materiales descriptivos, pueda tomar decisiones sobre la configuración institucional, la explotación de los recursos, la fiscalidad o las infraestructuras.

Sin embargo, estos portulanos son ejemplares únicos, enormemente costosos, hasta el punto de que se constituyen en regalo de reyes, y, por tanto, no reflejan la visión que nuestros antepasados pudieron albergar de la tierra que habitaban. Y lo mismo ocurre con los memoriales de frontera o las descripciones de costas que los últimos Habsburgo encargaron al cartógrafo Teixeira, aunque cabe mencionar que en uno de estos, en 1634, se menciona el ‘El Arbol’ de ‘Garnica’ acompañado por un dibujo de su imagen.

En este rápido repaso nos reduciremos, por tanto, a  la cartografía impresa, aquella que puede tener efectiva difusión para un grupo amplio de población y que influye de manera efectiva en el conocimiento que los contemporáneos pudieron tener de Bizkaia, que fomentó sus intercambios comerciales y que, en definitiva, puede llegar a mostrar las prácticas culturales o artísticas del país.

Ya a lo largo del siglo XVI, con Abraham Ortelio, se inicia la publicación de lo que hoy en día entendemos como ‘Atlas’, si bien habremos de esperar a la publicación de su contemporáneo Mercator para disponer, a partir de 1606, de un mapa de escala media en el que se recoge la realidad bizkaina en un marco geográfico bastante más amplio, pero en el que se presenta, aunque sea de forma tosca, nuestra realidad espacial. No obstante, resulta obvio que Mercator careció de informantes locales pues sitúa a Bilbao directamente sobre la costa (con lo que el Athletic ¡¡¡no habría podido remontar en su gabarra la ría del Nervión !!!) al tiempo que carece por completo de referencias itinerarias. Ciertamente, una primera aproximación que nos coloca en el ámbito de lo que ‘existe’, pero que no permitiría su utilización, por ejemplo, para la práctica del comercio ni para, en última instancia, la gestión efectiva del territorio.

Mercator 1606

La cartografía, como el resto de las ciencias, cumple el criterio de ‘los enanos sobre los hombros de gigantes’, de tal manera que los desarrollos posteriores descansan sobre los precedentes, mejorándolos. En este sentido, a lo largo del siglo XVII la casa Blaeu edita un mapa que, con la misma amplitud espacial que Mercator, sitúa ya correctamente la posición de la villa bilbaína y que, a lo largo de su vida útil, conocerá distintos ‘estados’ enriqueciendo la experiencia visual con la incorporación, en la misma plancha en sus ediciones posteriores, de la villa de Gernika, pero careciendo todavía de la red itineraria.

Hemos de esperar hasta finales del siglo XVIII para disponer de un mapa que incorpore las ‘noticias de los naturales del País’. Es el cartógrafo madrileño Tomás López quien remite a las autoridades civiles y religiosas una encuesta que junto a su cumplimentación incorpore ‘una mancha’ del territorio más próximo al informante. El resultado es un mapa específicamente del “Señorío de Vizcaya” en el que no sólo se recogen con cuidado detalle las vías de comunicación, sino que incorpora la referencia a las distintas instituciones religiosas (conventos, iglesias…) que salpican el Señorío, perfecto ejemplo de las preocupaciones del momento, en las postrimerías del Antiguo Régimen, en el que la religión impregnaba todas las facetas de la persona. Junto a ello, producto también de esta aportación local, se ofrecen pinceladas de la organización política con mención a las villas, anteiglesias y concejos y sus asientos en Juntas Generales. En la segunda edición de este mapa, junto a cambios en su cartela, lo más señalado es la forma en que se destacan las vías de comunicación, circunstancia que cabe atribuir a la relevancia que durante la Ilustración se atribuye a las mismas como líneas de difusión de las ideas y facilitadoras del comercio.

López 1769

A lo largo del siglo XIX, de la mano de Coello y Munibe, asistimos a la medición científica de la provincia y su representación a mayor escala, así como a la proliferación de Atlas Provinciales que con afán divulgativo recogen con detalle la Vizcaya de aquel momento. Alabern, Ferreiro, De La Puerta, Bachiller… nos legan distintos ejemplos que en esta centuria acompañaron la formación de las clases burguesas.

Y ya en el siglo XX nos encontramos con la obra cumbre de la cartografía local. En un encomiable esfuerzo propuesto inicialmente por el ingeniero Adán de Yarza, y con el ánimo de evitar el enorme retraso en los trabajos topográficos por parte del gobierno central, la Diputación Provincial de Vizcaya acomete por sí misma el levantamiento e impresión de un mapa definitivo del territorio, con una primera aproximación a escala 1:100.00 publicada en el año 1929, coronando la obra en el año 1934 con la publicación de 15 grandes hojas a la gran escala de 1:25.000. Esta publicación, producto de un detallado trabajo de campo que se desarrolló entre 1921 y 1927, describe con perfecto detalle cada casería, con su toponimia local y con expresión científica de la orografía, representada mediante curvas de nivel. Casi un siglo después sigue siendo una herramienta de enorme valor para el conocimiento de Bizkaia.

Diputación Provincial de Vizcaya 1929

Para quien desee profundizar en todo ello, la Diputación Foral de Bizkaia pone a disposición de los interesados la página bizkaikohistoria.com/documentos en la que, junto a centenar y medio de imágenes, se da cuenta pormenorizada de la representación del territorio bizkaino a lo largo de la historia.

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