Autor: Joaquín Cárcamo Martínez
Aparejador, investigador y divulgador
“El puente es el lugar”, ha escrito Miguel Aguiló y otro ingeniero, Juan José Arenas, llamó a los
puentes “caminos en el aire”. El puente forma parte del camino y, hace ahora dos siglos, un ilustrado arquitecto bermeano hizo volar por vez primera un puente colgante de cadenas sobre el río Cadagua.
En el mismo lugar por el que aún transitamos entre Zorrotza y Burtzeña.
La primera noticia que tenemos de un paso fijo sobre el río Cadagua en Burtzeña es la de un puente de piedra de tres arcos proyectado por el arquitecto bilbaíno Agustín de Humaran, por encargo de las anteiglesias de Abando y Barakaldo, que se comienza a construir en 1819 y colapsa el 12 de abril de 1820. La Real Academia de Bellas Artes (RABASF) advierte que esta obra se há subastado y está executandose sin su aprobación faltando al cumplimiento de las ordenes establecidas y el ingeniero Adolfo de Ibarreta escribe en 1880 que el puente se derrumbó, sin duda por falta de buena fundación. La empresa de levantar un puente de piedra de iniciativa pública no tuvo un final feliz y los responsables de las dos anteiglesias no se sintieron con ánimo para reemprender la aventura.
La Junta de la Real Academia tomó entonces la decisión de levantar un nuevo puente en Burtzeña y, el 26 de octubre de 1824, el arquitecto Antonio de Goicoechea presentó un diseño de Puente colgante de cadenas de fierro sobre el rio Cada-agua. Esta vez la iniciativa era privada y el puente estaba promovido por Juan Manuel de Sagarmínaga. La Comisión de Arquitectura de la RABASF decidió que para la construcción del nuevo puente colgante debían ser aprovechados los estribos del inacabado puente de piedra que se había venido abajo cuatro años antes; reconoció el diseño del puente colgante y deseando que esta clase de obras se propague en España á imitacion de los yá establecidos en Inglaterra, y pareciendo bien el pensamiento mereció su aprobacion.
Un plano sin fecha del puente de barcas de Bilbao, conservado en el Archivo Histórico Nacional, incluye en un ángulo un dibujo sin escala del puente de Burtzeña, con indicaciones acerca de sus componentes metálicos. En el dibujo se observa que el puente se compone de una parte colgante y otra de dos tramos cortos, formada por una viga. Las cadenas están ancladas en tierra firme en una de las márgenes y en la otra sobre una pila. El dibujo no ofrece mucha fiabilidad en la representación, pero en la descripción añade algún dato de importancia; así, por ejemplo, indica que las péndolas (los elementos que cuelgan de las cadenas y que soportan el tablero de madera del puente) son planchas de fierro de 2 a
3 pulgadas de ancho, es decir, chapas o pletinas de entre 5 y 7,5 centímetros.
El puente colgante de Goicoechea era en esos momentos una gran novedad. Los puentes colgantes ya se estaban construyendo en los Estados Unidos desde comienzos del siglo XIX. Eran puentes de madera, es decir, no solo tenían el tablero de madera, lo cual era habitual también en los primeros puentes colgantes europeos, sino que incluso las torres de las que debían colgar las cadenas se construían con estructura de madera, a diferencia de los puentes europeos, que se proyectaban con torres de fábrica. Los primeros puentes colgantes tan solo tenían metálicas las catenarias (cadenas o cables) y las péndolas que se suspendían de ellas y que sustentaban el tablero, pero tanto este como el barandillado eran de madera. Sin embargo, al tratarse de una gran novedad en el mundo occidental, los primeros puentes colgantes modernos fueron también conocidos como puentes de hierro. Este era el caso del puente de Burtzeña.

Los puentes que el ingeniero James Finley construía en los Estados Unidos eran de cadenas. Este sistema pasó a Gran Bretaña primero y más tarde, aunque en menor medida, al continente europeo. En realidad, los puentes de cadenas se habían construido desde siglos atrás en China y Tíbet, y en los Andes se construyeron (y se reconstruyen) pasarelas colgantes vegetales, pero hablamos aquí de los puentes modernos. En 1820 se inauguraba en Gran Bretaña el Unión Bridge sobre el río Tweed, de 137 metros
de luz, que aún existe, y en 1826 el ingeniero Thomas Telford finalizaba el famoso puente del estrecho de Menay en Gales, de 177 metros de luz, ambos de cadenas. En Francia, Marc Seguin había proyectado y realizado la pasarela de Annonay en 1820 y otros muchos puentes colgantes, todos ellos de cables, en los años siguientes.
El arquitecto Antonio de Goicoechea adoptó el sistema más generalizado en Gran Bretaña, al proyectar el puente con cadenas formadas por eslabones de hierro en una fecha tan temprana como 1824. Ya vemos que no era un puente pionero, pero probablemente nunca antes se había introducido aquí una novedad técnica en la construcción de puentes de una forma tan inmediata. Pese a que la luz del puente de Burtzeña no era destacable, hay que reconocer el conocimiento que el arquitecto bermeano tenía de las realizaciones recientes en Europa, así como la iniciativa de introducirlas en su proyecto.

La memoria gráfica del puente la tenemos hoy, además de por el dibujo mencionado anteriormente, gracias al acierto de los editores de la Revista Pintoresca de las Provincias Vascongadas publicada en fascículos en Bilbao entre 1844 y 1846, que decidieron incluir el novedoso puente junto a los monumentos históricos. Merece la pena leer la descripción: Despues de haber dado en nuestra Revista Pintoresca las láminas de los monumentos mas notables de la antigüedad parécenos que formará un bello contraste la del Puente colgante de Burceña, que tiene el mérito de ser el primero de su clase en España. Se fabricó en el año de 1825 por el arquitecto de la R. Academia de S. Fernando D. Antonio de Goicoechea, quien dirigió también la obra del hermoso puente colgante de Bilbao, al que hemos preferido el de Burceña; no porque éste sea mejor ni aun comparable con aquel; síno porque no puede menos de llamar la atención el que se haya construido en España el primer puente colgante en un apartado lugar como Baracaldo…“.
El puente, al igual que sucedería con el que Goicoechea construyó en Bilbao, tuvo un mal envejecimiento, posiblemente por defectos constructivos, por falta de mantenimiento adecuado y también por sucesos como el del incendio provocado en 1835 durante la Guerra Carlista, que quedó reflejado en un grabado. Durante la guerra también se desmontaron las cadenas. En 1845 fue comisionado el regidor de Retuerto para que lo reparase. Así se fue prolongando su existencia hasta que finalmente se tomó la decisión, también de forma similar a lo ocurrido con el de San Francisco en Bilbao, de sustituir las cadenas por cables de alambres. Finalmente, en agosto de 1869 el puente se derrumbó para siempre.

Antonio de Goicoechea y Ercoreca (Bermeo, 1798 – Bilbao, 1865) es aún un personaje relativamente desconocido, pero de gran interés. Entre sus muchas obras, cabe destacar aquí el puente de Isabel II de Bilbao que proyectó en 1844, primer puente de hierro construido en España, fundido en Santa Ana de Bolueta, así como las realizadas para la Diputación tanto en el camino de Bilbao a Pancorbo como en el ferrocarril minero de Triano.