Paisaje marítimo de Bizkaia a la luz de la navegación.

Hasta bien entrado el siglo XIX la señalización marítima en la costa de Bizkaia se compuso de elementos arquitectónicos y paisajísticos de diferente naturaleza cuyo objetivo era guiar a los navegantes en su regreso seguro a puerto. Estos elementos conforman un lenguaje propio y una manera de interpretar el paisaje como parte del patrimonio marítimo.

Autor: Xabier Armendariz Abajo.

Investigador marino.

La costa de Bizkaia, y por extensión la de toda Euskal Herria, se encuentra trufada de iglesias y ermitas de advocación marinera. Algunas de ellas aún se mantienen en pie, con sus paredes externas pintadas de blanco, encaramadas a lugares de vértigo y  conteniendo en su interior maquetas de barcos y cuadros de naufragios luctuosos; todos ellos exvotos marineros entregados piadosamente por aquellos marinos que un día creyeron salvar la vida por intercesión divina.

Para el común de la población estos templos son lugares entrañables y pintorescos, incluso turísticos. Pero también la ermita o la iglesia parroquial de sus respectivas localidades, aún ubicadas en lugares menos heroicos, son edificios singulares cuyo significado se circunscribe a los ámbitos sentimental, artístico o religioso. Esta interpretación de los elementos arquitectónicos religiosos, siendo acertada, es tan sólo una parte de la explicación de su naturaleza, génesis y situación física en el territorio o población en el que está enclavado. A menudo explicamos el paisaje tan sólo desde la óptica de los habitantes del litoral, cuando no de tierra adentro, pero pocas veces desde el punto de vista de los marinos, es decir, mirando desde el mar hacia tierra y no desde la tierra al mar.

Ondarea Bizkaia

1584, una carta náutica de nuestra costa levantada por el cartógrafo holandés Lucas Janszoon Waghenaer

Desde que tenemos noticias por las fuentes clásicas que describen la navegación de cabotaje -aquella que se realiza cerca de la costa en singladuras de puerto en puerto-, esta forma de navegación ha sido una constante fuente de riqueza y comunicaciones entre los diferentes territorios vascos, así como con otros puntos de la península y de Europa. Partiendo de las pequeñas naves romanas que costeaban Bizkaia buscando el refugio de los puertos fluviales como Portuondo, hasta los modernos barcos de cabotaje contemporáneos, todos han necesitado un cierto grado de señalización y balizamiento en tierra que les indicara su posición en la mar y les permitiese arribar con seguridad a su puerto de destino.

Sin embargo hasta bien entrado el siglo XIX no se estandarizó el uso de faros y luces de señalización. Hasta entonces una heterogénea y variada red de edificios civiles y religiosos, construcciones significativas e incluso el relieve y características costeras peculiares, como un determinado color de la pared de un acantilado, la forma de una montaña o estuario, podían ser utilizados como referencias para la navegación. Así, los marinos obtenían las informaciones necesarias para la arribada a los puertos de la costa cantábrica. Primero haciendo uso de las cartas de navegación, donde figuraban los edificios a tener en cuenta para entrar en un determinado puerto. La torre de una iglesia, una ermita, una casa-torre, o la combinación de estas formaban una enfilación que marcaba un rumbo seguro a tierra libre de los peligrosos rompientes y arrecifes. En segundo lugar, la información recogida por otros marinos se divulgaba a través de los denominados derroteros, publicaciones donde se describía mediante dibujos y texto el perfil de la costa, cómo embocar cada estuario o puerto, así como todo lo necesario para identificar los edificios, atalayas y señales portuarias pertinentes. Estos derroteros nos informaban también de si habíamos de esperar luces de fogatas en las atalayas por las noches, señales de humo de leña verde durante el día, e incluso el tañido de campanas y su secuencia en casos de niebla o mala visibilidad.

El ejemplo más cercano conocido es el del derrotero de Pierre Garcie, Le grant Routtier, Pillotaje et Ancrage de Mer escrito en 1483 y publicado en 1520 donde se describe con detalle la costa vizcaína incluyendo cabo Ogoño, la isla de Izaro con su convento y cabo Matxitxako con la atalaya, edificios siempre sobredimensionados para su correcta identificación (Img.1). Pocos años más tarde, en 1584, una carta náutica de nuestra costa levantada por el cartógrafo holandés Lucas Janszoon Waghenaer, muestra en su parte superior el perfil costero con sus respectivos montes y embocaduras reseñables, y en el cuerpo de la carta los puertos más significativos de Bizkaia descritos con todo detalle, incluyendo los lugares más óptimos para fondear y su profundidad, rumbos de arribada y los edificios, generalmente templos, sobre los que tomar enfilaciones para entrar sin peligro. (Img.2)

La costumbre continuada de utilizar edificios religiosos como referencias de navegación obedece a una cuestión práctica, puesto que lo normal es que se tratase de la construcción más significativa y visible del puerto en cuestión. Otra de las razones, quizás la más importante y menos baladí, tiene que ver con su perdurabilidad en el tiempo. Como consecuencia de esta doble función de las iglesias y ermitas como templos religiosos y señalización marítima, se produce un fenómeno característico y es que casi todos estos templos acaban teniendo como advocación un santo, santa o virgen marinera. En la privativa y supersticiosa mentalidad marinera, poder ver los muros pintados de blanco, por ejemplo de San Juan de Gaztelugatxe, como único elemento destacable y visible desde alta mar en medio de la tormenta, se interpretaba no sólo en términos de eficacia del edificio en sí, sino como una señal de protección e intervención divina.

 

Ondarea Bizkaia

Derrotero de Pierre Garcie, Le grant Routtier, Pillotaje et Ancrage de Mer escrito en 1483

 

Esta conjunción de factores hace que la tradición de depositar exvotos marineros en los templos nos indique, casi sin excepciones, que la iglesia en cuestión tuvo también funciones de señalización marítima. En otras ocasiones un elemento característico, como una montaña, acaba albergando un santuario: es el caso del macizo de Peñalba y el santuario de Nuestra Señora de la Encina, en la localidad alavesa de Artziniega, más conocido entre los marinos vizcaínos y cántabros como Montenegro. Con mala visibilidad mar adentro, el único punto distinguible de la costa entre las brumas marinas era el característico color oscuro de esta montaña alavesa.

Este hecho, en apariencia profano, no tardó en convertirse en sagrado. Al decir de la tradición, una imagen de la virgen fue hallada en una encina, lugar en el que se edificó un santuario donde acudían los marineros en procesión a depositar exvotos y donaciones. Estos ejemplos parecen hablarnos de la utilización de los edificios religiosos como señales marítimas tan sólo en épocas lejanas, pero lo cierto es que esta práctica se perpetúa hasta la actualidad, incluso coexistiendo con los modernos sistemas de posicionamiento GPS. En relación con esta doble funcionalidad de los templos, cada vez más investigadores
creemos que la propia ubicación física donde se construyeron estos edificios obedece a una intencionalidad marítima.

Un ejemplo de ello sería la ermita de Nuestra Señora del Socorro en Pobeña, Muskiz, mandada construir ex profeso por el capitán don Pedro de Llano en 1768 como exvoto y como señalización para enfilar la desembocadura del río Barbadún. Otro ejemplo significativo es el de las indicaciones para entrar en la ría de Bilbao, salvando la barra de Portugalete, reflejadas en el derrotero de Vicente Tofiño de 1789 (imagen portada) donde reza:

“Las marcas actuales para entrar son enfilar la Iglesia mayor de Portugalete, que está en alto y es muy visible,

con la iglesia de Cestao , que también es visible, porque está situada sobre una loma en la Costa occidental del río

sin que haya otra por su contorno y corren una por otra al S 53° por E Siguiendo esta enfilaron se rebasará La Barra”.

Incluso hoy en día, 235 años después y a pesar de los cambios en la línea de la costa, la iglesia de Sestao y la de Portugalete siguen marcando la posición desde la que enfilar la entrada a la ría de Bilbao. Como conclusión, cobra cada día más fuerza la hipótesis de la intencionalidad de ciertas estructuras costeras, lo que a su vez nos lleva a especular si muchas poblaciones costeras no tuvieron su génesis en razones prácticas relacionadas con la navegación: verbigracia, por ser buenos fondeaderos resguardados de los vientos; por ser muy visibles e identificados desde alta mar, e incluso por poseer lugares prominentes donde ubicar templos y atalayas. Se abre así un apasionante campo de investigación para etnógrafos, arqueólogos, geógrafos, antropólogos e historiadores marítimos que nos lleve a recuperar el significado del paisaje costero e interpretar su toponimia, morfología y funcionalidad desde un lenguaje marítimo. Una visión particular y quizás originaria, que no puede sino saldar una deuda histórica con los estudios marítimos en Bizkaia y ofrecernos una riqueza de significados y matices que nos lleve a entender un poco mejor el alma y la esencia de nuestro pueblo.

Imagen portada . Enfilaciones descritas en el derrotero de Vicente Tofiño (1789).

 

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